La innovación ha invadido las bodas del siglo XXI, de eso no hay duda. Pero de casarse en la playa, en una casa antigua o entre delfines a casarse entre rejas, hay un abismo.
Hace unos días leía en “El Mundo” que se había celebrado una boda masiva en una cárcel de Ciudad de Juárez (México) y esto me hizo pensar ¿hasta dónde llega el amor?.
No es la primera vez que se hace y no es el único centro penitenciario que lo permite. De lo que no estoy segura es de si el objetivo de esas 113 bodas entre rejas es puramente burocrático. En otra cárcel mexicana, en Tijuana, izan una bandera blanca, no en señal de que habrá bodas ese día sino como señal de que no hay enfermedades venéreas entre los presos. Algo así como una luz verde para casarse. ¡Como si ese fuese el único impedimento para celebrar las uniones en la cárcel!
Los responsables penitenciarios aseguran que la boda es parte del proceso para la reinserción de los presos en la sociedad. El caso es que los novios se dan el “Si,quiero” en el patio de la prisión y será allí mismo dónde los esposos pasen los próximos años. Mientras, sus mujeres que han venido vestidas de novia con ramo y velo, regresarán a casa solas y volverán a visitarles de vez en cuando. ¿Lo hacen realmente por amor? ¿Qué sentirá una novia que llega a casa sola? ¿Qué mueve a una persona a casarse con otra con la que no puede compartir la vida? ¿No es ése precisamente el fin del matrimonio?
Lo que no cabe preguntar aquí es dónde se va la pareja de viaje de novios…
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