Los guateques, los cumpleaños de amigos, las salidas en grupo… ¿Os suena? Pues probablemente de alguna de estas maneras se conocieron nuestros padres. Antes, cuando alguien te gustaba no era tan sencillo como lo es ahora. Donde ahora vemos una vía recta hacia la posibilidad de crear una historia con una persona, antes era una cuesta arriba en patines. Era el hombre el que, si quería pedir salir a una chica, tenía que tener no sólo la aprobación de su familia, sino que el único dato que podía conseguir era el teléfono fijo de la casa de sus padres: y eso, amigos, era cosa de valientes.
Tiempo y paciencia
Hace 25 o 30 años, la única información que podías conseguir sobre alguien era a través de amigos en común o del entorno cercano a esa persona. Si te gustaba, tenías que ir con prudencia y, sobre todo, armarte de paciencia porque las respuestas no eran inmediatas.
Ahora, viendo una simple foto colgada en cualquier red social, podemos interactuar sin filtros con quien queramos. La dificultad del cortejo se ha reducido a mínimos históricos. Simplemente sabiendo cómo se llama, podemos agregarlo/a a Facebook y, a través de un mensaje privado con la excusa de que es más sencillo, le pediremos su número de móvil; ¿Para llamarlo/a? NO, para mandarle una infinidad de mensajes por Whatsapp que hasta Zuckerberg se plantería el establecer un límite diario de mensajes en entrada y salida.
Hasta que la muerte o Facebook nos separe
Acercándonos al momento “relación”, cuando llevamos un tiempo (ahora días, antes meses) viéndonos, escribiéndonos, quedando… empieza a desarrollarse la historia. Antes, este tiempo se tomaba muy en serio ya que era altamente probable que la persona con la que estuvieras saliendo acabara siendo tu marido/mujer, y claro, a más responsabilidad, más había que dar el callo. Ahora, sin embargo, lo que es altamente probable es que esa persona con la que chateas como si no hubiera un mañana sea simplemente otra persona más que apuntar a tu lista de “pudo ser y no fue”.
La fugacidad que caracteriza a las relaciones actuales, nada tiene que ver con el compromiso que se adoptaba en otros tiempos. Los que hemos crecido en familias -grandes o pequeñas- con unos padres que permanecen juntos “hasta que la muerte los separe“, hemos apreciado esa condición de perennidad. Si algo se estropeaba, se llevaba a arreglar; si un jersey tenía un agujero, se remendaba y como nuevo; si algo perdía color, se teñía de otro y listo. Si una cosa se rompía -y las crisis han existido siempre- se volvía a recomponer como fuera.
El Kintsugi: filosofía de vida
Ahora, la rupturas y separaciones están a la orden del día. Lo raro es ver cómo una pareja lucha por seguir junta no obstante las desavenencias o dificultades que encuentren en el camino. Como en cualquier argumento, no podemos ni debemos generalizar pero a grandes rasgos es un pensamiento compartido por la mayor parte de nuestra generación: una generación acostumbrada al “ya no sirve, lo tiro y compro otro”, una generación que de tantas facilidades no valora el fruto de la lucha, una generación que está tan avanzada que no se da cuenta del retraso que se vive en lo más profundo del ser humano: un retraso en los sentimientos, un retraso en la forma de amar.
Aprender del pasado, construir el futuro
Como decía la canción: “Echar la vista atrás es bueno a veces” y nosotros, no sólo os invitamos a hacerlo, sino que aplaudimos a todas aquellas parejas que han sido capaces de reinventarse, de dar segundas oportunidades, de saber que el amor en mayúsculas existe y que un buen arreglo a tiempo, cuando algo vale de verdad la pena, es propio de gente grande. Así ha sido, es y será.
Descubre 50 razones para casarte con tu pareja y cómo saber si realmente es el hombre de tu vida.
Selecciona a los proveedores que quieres contactar
¿No te quieres perder las últimas novedades para tu boda?
Suscríbete a nuestra newsletter
Escribir un comentario