El viento sopla, las hojas de los árboles amarillean, enrojecen avergonzadas porque saben que no queremos que se vayan. Se oscurecen como el tiempo de un otoño que avanza implacable acortando las horas de luz, y obligándonos a abandonar las terracitas y la cerveza fría del verano. Pero cada estación tiene su encanto, y con las nubes plomizas que han empezado a alicatar el cielo, llega ese feliz instante en el que no necesitamos más excusas para prolongar el ratito de colchón y colcha junto a la persona que amamos.
Amanecer con una pálida luz que promete tormenta, rayos y centellas, y encoger nuestra cabecita en ese hueco hecho a medida para nosotros, en el cuerpo de la otra persona. ¿No suena nada mal, verdad?
Así piensa la joven fotógrafa moldava Natalia Mindru que, cámara en mano, se dedica a capturar el amor desde su ángulo más íntimo, en una serie titulada Iubiri urbano (amor urbano). Una representación de cómo en la ajetreada vida urbana, aún se pueden encontrar espacios para las historias de amor.
Las bellas imágenes muestran las intimidades de alcoba que todos tenemos, donde mostramos nuestro cariño, atención o pasión, con una naturalidad desbordante, y ajada de clichés empalagosos. Que la mayoría de las instantáneas sean en formato en blanco y negro, aumenta el drama y la intensidad entre cada pareja de jóvenes amantes, igual que si estuviésemos observando esas escenas a través de un agujerito secreto.
El lugar donde escondernos del mundo tras un día largo, donde abrazarnos y lagrimear si lo necesitamos. El lugar donde mimarnos, achucharnos, besarnos, acariciarnos y entregarnos. Rendirnos de toda la vorágine del mundo, y olvidarnos de ella en esa isla privada que puede tener las dimensiones de un metro cincuenta.
De esta manera, Iubiri urbano ofrece una exploración fresca sobre el amor en sus múltiples formas: tierno, a veces lúdico y otras veces desordenado, pero siempre representante de la atracción natural entre dos personas. Algo que excluye los cuentos de hadas donde nunca hay ojeras, ni legañas ni mal aliento. Pero tampoco hay verdadera intimidad, ni sabernos de memoria cada rincón, cada lunar, cada imperfección, el olor de alguien tan familiar, que ya huele a hogar. Huele a para siempre.
Visto así, el otoño y sus colores apagados, el frío, los días de poca luz, e incluso la vuelta a las obligaciones, parecen pesar mucho menos. Si solo necesitamos una sonrisa, unos ojos que se encogen al mirarnos recién levantados, sin tan siquiera habernos tomado un simple café. ¿Pero quién necesita un tazón de cereales, o unos panqueques, si podemos desayunarnos a besos? Descubre si estar casado te hará más feliz y la receta del “y fueron felices y comieron perdices”.
¿No te quieres perder las últimas novedades para tu boda?
Suscríbete a nuestra newsletter
Escribir un comentario