Hay sentimientos difíciles de expresar. Da igual cómo se digan; el dolor es el mismo. No existe un remedio contra el desamor porque, para poder curarnos de cualquier mal, lo primero que tenemos que comprender es qué nos está pasando. Nos asaltan muchas dudas: ¿será una crisis pasajera?, ¿será simplemente una mala etapa?, ¿por qué me siento así? Todo está nublado, la incertidumbre nos aterra porque nos gusta controlarlo todo, nos hace sentir bien… y empezamos a entender que la vida nos da una bofetada cuando menos lo esperamos. En este desenfoque, lo que está clarísimo, es que no estamos bien y no podemos seguir debatiéndonos entre un sí y un no. Desearíamos que el genio de la lámpara nos echara un cable y nos devolviera los sentimientos perdidos. ¡Ojalá!
Ya lo decía el maestro Sabina: “Lo peor del amor es cuando pasa, cuando al punto final de los finales no le quedan dos puntos suspensivos”. Y, efectivamente, eso es lo peor: saber que a nuestra historia no le queda ni siquera un párrafo para terminar. El daño físico puede mejorar poco a poco con cuidados y ejercicios, pero ¿existe una fisioterapia para el desamor?
Conocerse y reconocerse
Lo peculiar del desamor es que no suele haber un punto de inflexión claro. No hay un motivo que justifique la ausencia de amor. Se ha ido, se ha escapado y no podemos saber cuándo o cómo ha sido. No parecemos dueños de nuestra vida ni de nuestro sentir. Hacemos memoria para recordar lo que nos emocionaba, lo que nos ponía la piel de gallina, los abrazos infinitos, las miradas que nos derretían… Sin embargo, lo único que encontramos son las cenizas de un amor que ya se ha consumido. No hay nada que reavivar y nuestro corazón late desacompasado, diferente; Está roto y no podemos contener la hemorragia con una simple tirita… Es imposible.
El miedo más grande llega cuando cerebro y corazón – sin nuestro consentimiento y por una vez en la vida – están totalmente de acuerdo. El desamor no puede maquillarse ni ocultarse, porque el desamor es fiel a sí mismo. Es implacable y franco, como un amigo que nos dice las verdades aunque duelan.
Arenas movedizas
La impotencia de querer y no poder, de sentirnos un fraude. Sabemos el dolor que vamos a ocasionarle a la que, hasta entonces, era la persona más importante de nuestra vida… Todo pende de un hilo que está a punto de romperse. El miedo nos cala los huesos y parece atarnos de pies y manos. Y es entonces cuando duele: cuando sabemos que hay que cerrar un ciclo, que no podemos caminar sobre arenas movedizas y, por extraño que parezca, sabemos que no nos arrepentiremos; ¿cómo nos podemos arrepentir de seguir los dictados de nuestro corazón?
Hay que tener la valentía y el respeto suficiente por nuestra pareja como para enfrentarnos a lo que sentimos, al “ya no te quiero“. Cuando en el nido que se comparte deja de tener significado la palabra amor, lo único que queda es una casa inhabitable llena de cosas en común que no sentimos nuestras porque ya no nos pertenecen.
¿El malo de la película?
Principio y final
Y la vida sigue…
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