Silencioso, cómplice, discreto, humilde…

Cuando le conocí me dijo que unas cuantas frases eran demasiadas para describirle, que él era mucho más sencillo.

Sólo ahora, soy verdaderamente consciente de que sin darse cuenta, me había soltado una ironía. Ya que un “sobre mi”, siempre se quedará corto para darle forma a la imagen que me gustaría que os quedara, cuando trate de definir sin demasiado éxito, la virtud de alguien que es capaz de dejarte sin palabras con una forma de trabajar que se puede resumir en una sola: TALENTO.

Él es Serafín del Castillo. Y yo, el afortunado desconocido que hoy tiene el placer de escribir sobre aquel que es capaz de capturar el amor, donde otros no encuentran más que una fotografía de bodas. Porque Serafín, como todos los genios, no es hombre de muchas palabras. Menos aún, cuando se trata de hablar sobre él mismo y aquello para lo que, casi sin saberlo, había nacido.

Si le preguntas, seguro que dirá que es fotógrafo de bodas. Creo que está tan equivocado como todos los que alguna vez lo pensamos. Después de pasar unos días con él he aprendido que su trabajo, es mucho más grande y complejo. Serafín se dedica a parar el tiempo y congelar el amor. Para que sea eterno. Y así poder regalarnos, recuerdos inolvidables de momentos vividos en instantes irrepetibles. 

Soy de los que opinan que cuando crees que lo has visto todo, la vida te sorprende con algo para lo que no todavía no estás preparado. Y eso fue lo que me sucedió cuando, después de años de profesión detrás de la escena y casi sin darme cuenta, me encontré delante de su cámara eternizando mi amor con la mujer de mi vida. Y precisamente esa, es la virtud que le hace único. Serafín es capaz de que te encuentres tan cómodo, que te olvides de que él existe. Y te dejes llevar por la inercia que te hace amar, al ritmo de los latidos de tu corazón, embriagado por esa brisa de aire fresco… Porque detrás de la cámara, serafín se vuelve invisible, como el aire.