Mientras estudiábamos fotografía en la escuela de arte de Huesca, tuvimos oportunidad de participar en un taller de organización y gestión del archivo familiar. Uno de los ejercicios consistía en ordenar las fotos contenidas en una vieja lata de galletas. Poco a poco, a medida que reconstruíamos la historia, íbamos conociendo a sus protagonistas: de pronto, la niña que aparecía en la foto anterior junto a sus padres, se había convertido en una joven mujer. En una pequeña serie de imágenes descubríamos que se había instalado en una ciudad desconocida. Luego, fotografías de un muchacho apoyado en una moto, y enseguida de ambos juntos, frente a un lago. Finalmente, otra niña, en un parque, arropada por los brazos de nuestra protagonista.
Esta experiencia nos cambió, sentimos una cálida sensación de empatía hacia aquellas personas, y nos dimos cuenta de la importancia de la fotografía de familia: son nuestros recuerdos, pero también nuestro legado. Por eso, tratamos cada reportaje como un proyecto único y personal, para nosotros es imprescindible conectar con nuestros clientes, conocernos de manera que se establezca una relación de confianza tal, que nos permita acercarnos lo suficiente y recoger cada emoción, cada momento, y cada pequeña historia.
Lo tuvimos claro desde el principio, Ana Carmen y Pepe son geniales. Profesionalidad, cercanía, preocupados porque estuviésemos cómodos en todo momento y el resultado de la preboda es precioso y natural. Tenemos muchas ganas de que llegue el día de la boda y que capten los mejores momentos pero con ellos estamos muy tranquilos porque sabemos que así será.