Cuando casarse no es solo un paso más

Esta semana hablamos de casarse de verdad y casarse por convención social. ¿Cómo prefieres que sea tu vida en común?

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Aunque los divorcios llevan tiempo quebrando las esperanzas del amor, todavía hay personas que apuestan por el matrimonio y que ayudan a dar un respiro a la estadística. Sí, queridos lectores, los datos están ahí, son malos, pero al otro lado del eje, ejerciendo una fuerza casi sobrehumana, las parejas valientes siguen sacando músculo ante la insistencia del mundo por debilitar los cimientos del matrimonio.

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Foto: Wedding’s Art
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Pero dentro de la estadística positiva de los matrimonios, existe una porción que vive en la isla de la convención y, sobre todo, de la falsa percepción de la felicidad. En ese territorio insular, capeando temporales con la ceguera, sus habitantes consideran clave la organización de una boda para colmar las necesidades que se habían impuesto en la infancia, cuando la sociedad decidía por nosotros. Y es que, cuando el noviazgo se alarga y se busca un nuevo camino en el mapa, la boda resulta práctica cuando debería ser estrictamente sentimental, como si la marcara algún reloj de vida imaginario. Por desgracia, el matrimonio aparece en las carreras de obstáculos de muchas parejas como un relevo más, independientemente de lo que se sienta en realidad. Así, el matrimonio pierde magia, fuerza, sentido.

Casarse no es un paso más, ni una etapa sujeta a una obligación social. Casarse es el paso cuando se está enamorado y, sobre todo, si entra en los planes de un futuro idílico real. Aunque, evidentemente, casarse trae beneficios legales, lo importante a la hora de lanzarse a la aventura es saber si esta es una fase que queremos afrontar y si esa persona es la perfecta para hacerlo. ¿Queréis estar siempre juntos realmente? ¿Creéis en el matrimonio? Casaos, pues.

A la hora de valorar esa situación, no deben entrar en el guiso los ingredientes adecuados, es decir, aquellos elementos que se han imaginado como perfectos solo porque se habían vendido así. La magia de un buen plato radica en la esencia que, sin percibirse, sabe otorgar el sabor característico que quede impregnado en la memoria. La perfección depende de cada uno; la que fue diseñada hace tiempo, incluso dentro de los propios valores familiares, puede resultar tremendamente insuficiente e insatisfactoria para uno mismo. No, eso no tiene por qué ser perfección. Quizá esa persona es adecuada para ellos, o para todo el universo creado alrededor, pero no para él/ella como individuo.

Debemos ser valientes a la hora de dar ese gran paso, pero los verdaderos valientes deben asumirlos con verdad, con la cabeza y el corazón luchando hombro con hombro. La cabeza es importante en esta batalla, pero nunca debe desdeñarse la pasión que un corazón que bombea sano y seguro puede otorgarle.

Por culpa de esas imposiciones, muchas veces asimiladas desde la perspectiva propia, algunas personas se han visto reprimidas por miedo a traicionar unos valores o a ser juzgados. Por culpa de esas mismas imposiciones, el matrimonio se ha relativizado hasta el punto de parecer una pantomima en ciertas ocasiones. Todo eso es un error.

Casarse debería ser sincero y bello en todos lo casos. Casarse debería alejarse del camino fácil u obligatorio. Casarse debería ser un paso obvio para quienes lo consideran una necesidad sustentada en el amor, el respeto y la sinceridad. Sin la seguridad que debería traer consigo el matrimonio, los temidos divorcios y, con ellos, la desesperanza ante los permanentes dardos que se lanzan al amor convertirían las bodas en un producto artificial. Evitemos que todo eso suceda.

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